Las modulaciones de la llamada "conexión mujeres-naturaleza" han dado lugar a las distintas variedades de ecofeminismos[1]. K. Warren nos ofrece una ya clásica tipología de estas conexiones al abordar la complejidad de las interrelaciones entre los diferentes feminismos[2] y los diferentes planteamientos ecologistas[3].
Repasémoslas:
a) La conexión histórica la sitúa esta autora en la denuncia de la génesis del racionalismo occidental ligado al patriarcado capitalista en la que se justificó la posesión y la utilización de la naturaleza y de las mujeres debido a su inferioridad[4]. El complejo histórico de la Modernidad quedó sostenido por la sumisión de la naturaleza y las mujeres. Todo aquello que se destinaba a ser dominado, por ejemplo, los pueblos de las tierras colonizadas o las clases populares, se naturalizaba – se entendía como primitivo y tosco – y/o se feminizaba. Naturalización y feminización, las dos caras de la misma moneda, servían de estrategia ideológica para subordinar y justificar la sumisión. María Mies[5] piensa que el holocausto de las brujas en la primera modernidad fue el cimiento para edificar el nuevo modelo de patriarcado capitalista y su invención de una nueva "feminidad" sometida, débil y "romantizada"[6] cuya elaboración más precisa debemos a Rousseau. Primero hubo que acabar con los contraejemplos a la subordinación. Las mujeres no podían vivir solas, poseer conocimientos exclusivos como curanderas o herboristas, ni ser independientes ni autosuficientes. Demonización y hoguera fue el eficaz tratamiento contra las mujeres independientes.
b) La conexión conceptual denuncia el marco dualista[7] y axiológicamente asimétrico en el que se han situado a la mujer y a la naturaleza del lado de la irracionalidad, la emoción y el cuerpo frente a la racionalidad, la mente y la cultura. La dicotomía no es igualitaria sino que uno de sus términos ostenta el valor y el correlativo el disvalor. Esto se traduce en términos jerárquicos como justificación de la superioridad frente a la subordinación. Los marcos conceptuales de referencia sancionan la dominación de las mujeres y la naturaleza. Hoy, algunas estrategias eco y ciberfeministas, como las de Donna Haraway, plantean relativizar y alterar las categorías de lo animal, lo humano y lo artificial con el fin de cercenar el motivo del dominio, con el fin de "curar las heridas".
c) La conexión empírica nos habla de la situación presente de las mujeres en el mundo, en los países del Sur Global las mujeres se enfrentan a la contradicción entre deterioro medioambiental – contaminación y expolio – y subsistencia. Su trabajo como proveedoras de alimentos y necesidades básicas de la familia hace visible que para subsistir hace falta cuidar y regenerar los recursos naturales. Aquí vemos como el llamado Ecologismo de los Pobres se entrecruza con la atención ecofeminista[8]. En los países desarrollados y dado que los peligros sobre la salud que genera la industrialización afectan más a las poblaciones más desfavorecidas, las mujeres, debido a su rol de cuidadoras sociales, han protagonizado numerosas luchas contra la instalación de focos contaminantes. Estos "hechos" parecen documentar que dada la preocupación básica de las mujeres por atender a las necesidades de los otros su sensibilización ante el daño medioambiental es más inmediata y radical. Las políticas del desarrollo son acusadas aquí de irresponsabilidad frente a la salvaguarda de la satisfacción de las necesidades básicas relacionadas con la alimentación y la salud[9].
d) La conexión epistemológica y metodológica pretende reivindicar el conocimiento silenciado en la gestión de la supervivencia y en los trabajos agrícolas y ganaderos de las mujeres. La desvalorización de lo que hacen o saben las mujeres como campesinas y en su trabajo doméstico, los conocimientos locales, ha sido la coartada para introducir métodos "científicos" y "intensivos" que en la mayoría de los casos resultan tan agresivos con la tierra que o la deterioran o la envenenan, haciendo además depender a los pequeños agricultores de la producción industrial de fertilizantes y de las multinacionales de las semillas modificadas. Las consecuencias son, y han sido, empobrecimiento y miseria. La denuncia del reduccionismo cientificista que aísla unos elementos de otros sin dar cuenta de las interconexiones es el objetivo aquí, frente a una comprensión holista de lo orgánico en la naturaleza que representaría, en el terreno de la ciencia, la peculiar visión de la biología de la genetista B. McClintock[10].
e) La asociación simbólica entre naturaleza y mujer es tan extensa y polívoca en nuestra cultura que difícilmente podemos escapar a ella. Aislando algo de tal complejidad, muchas autoras ponen el énfasis en las similitudes en el lenguaje para aludir a la conquista, dominio, violación o penetración de la naturaleza y/o de la mujer. La fierecilla domada de Shakespeare nos puede dar la pauta de la necesidad de un proceso de domesticación de la naturaleza indómita que habita a la mujer. En palabras de Warren «Así el lenguaje que feminiza a los animales y a la naturaleza animaliza y naturaliza a las mujeres...» como estrategia ideológica de inferiorización.
Todas estas conexiones hablan del descrédito y sometimiento del par mujer/naturaleza, pero qué decir de las connotaciones positivas de ideas casi sagradas como la de "Madre Tierra" o "Madre Naturaleza". El tramposo juego ideológico de la degradación de lo real – mujeres o naturaleza – y exaltación posterior de lo degradado como ideal mistificado ha sido desbrozado por C. Amorós y A. Valcárcel al caracterizar la misoginia romántica[11]. La coartada de la idealidad sirve a efectos de contrarrestar el efecto dominante de la inferiorización que justifica la subordinación e incluso la violencia. M. Mies opina que la "romantización" de las mujeres, los salvajes y la naturaleza corre en paralelo a su degradación. Esta operación actúa como "nostalgia de plenitud" nunca alcanzable de lo que el hombre "civilizado" ha perdido al cortar el cordón umbilical con la naturaleza.
f) la conexión política enlaza con la conexión empírica al poner de manifiesto el activismo local de base liderado por mujeres que han visto como se conjugaban sus exigencias feministas – por ejemplo, que se les asignara credibilidad pública – con sus reivindicaciones ecologistas relativas a garantizar un entorno sano y apto para la supervivencia. Estos motivos conjugados han operado sobre la base de la idea de solidaridad entre mujeres del Norte y del Sur y han servido de freno a los efectos fragmentadores en la teoría feminista de algunos enfoques de la cuestión multicultural[12]. El protagonismo más que a la discusión académica se le ha dado a las actividades de las comunidades locales. Luchas tan dispares como la antinuclear de las mujeres de Greenham Common, en Inglaterra, de las alemanas contra el tráfico de residuos nucleares[13] o las de las mujeres Chipko en la India[14] expresan una conexión ecopolítica feminista y pacifista.
Pero el debate teórico, aún cuando no cuestiona la solidaridad, si nos ofrece distintos modos de entender la conexión entre defensa de los derechos de las mujeres y defensa de la naturaleza. A grandes rasgos, podemos decir que una línea de demarcación se puede situar entre quienes acuden a la premisa esencialista y biologicista – cuya tesis sería que dado que las mujeres somos generadoras y regeneradoras de vida mostramos un lazo más fuerte con la naturaleza y con sus potencialidades de cuidado y armonía – y quienes abundan en la premisa social constructivista – el hecho biológico de la maternidad no es lo sustantivo, sino el rol impuesto por el patriarcado del cuidado y sus interpretaciones culturales. El caso es que, desde esta última premisa, puede operar tanto la convicción ecofeminista, asumiendo que el cuidado ha sido desvalorizado y que, por lo tanto, hay que rehabilitando reconociendo social y económicamente el trabajo de la mujer que ha sido invisibilizado al ser tachado de "natural", como la propuesta de desconectar de una vez por todas mujer y naturaleza para optar a las atribuciones sociales valoradas que quedan del lado de la razón, la cultura y lo masculino. La preocupación ecologista, a resultas de esta última opción, no tendría que ser ningún privilegio femenino sino universalizable, esto es, de todos, hombres y mujeres. No habría ningún privilegio de las mujeres para "conectar" antes con la naturaleza y asumir su salvaguarda. No obstante, esta opción, que suele coincidir con feminismos ilustrados, liberales o socialistas – de distinta manera la analiza, por ejemplo, el ecosocialismo materialista de M. Mellor[15] –, si que se muestra dispuesta a desmontar las conexiones que antes, siguiendo a Warren hemos llamado histórica, conceptual y simbólica. El ecofeminismo es sobre todo una respuesta crítica a una crisis civilizatoria pues la insostenibilidad y la subordinación de las mujeres son los pilares del actual modelo de desarrollo.
La sostenibilidad de la vida humana como problema
Hasta ahora el debate feminista entre feminismos de la igualdad y feminismos de la diferencia ha tendido gran protagonismo en el ecofeminismo (occidental). En otra parte, y centrándome en la teoría feminista he analizado esta "disputa" como elemento sintomático de las deficiencias normativas y axiológicas del patriarcado[16]. El énfasis en la igualdad y en los derechos es fundamental al referirnos a situaciones de asimetría, exclusión y marginación de las mujeres en muchos ámbitos. El énfasis en la "diferencia" reacciona frente a la devaluación continuada de todo lo asociado en nuestra cultura, y en las otras, con las mujeres, la corporalidad y lo femenino. Las orientaciones ecofeministas que más me interesan son las que, desde un compromiso por la materialidad y la inmanencia, han apreciado la necesidad de conjugar la demanda de igualdad con una reconsideración de la esfera de la reproducción social que históricamente hemos asociado con lo femenino. Con M. Mellor vemos que el trabajo doméstico, invisible y devaluado, de las mujeres es una de los fundamentos ocultos – el otro es la explotación sin límite del medioambiente – del sistema económico que ahora denominamos capitalismo global. Por otra parte, el polarizado debate igualdad-diferencia es producto de un contexto histórico, cultural, a veces incluso nacional – por pensar en el feminismo francés o en el italiano – que queda relativizado con la emergencia de otras voces: mujeres negras, latinas, lesbianas, de otras culturas y mujeres empobrecidas de los países del llamado Sur Global. El proyecto de un feminismo transnacional relativiza un debate que ha arrastrado también, desde sus orígenes, pensemos en Mary Daly, a sectores del ecofeminismo[17]. El momento actual demanda redefinir el objetivo del ecofeminismo en un nuevo sentido, esto es, pensando y repensando la sostenibilidad de la vida humana como problema. Mellor establece que la división sexo/genérica del trabajo sigue siendo el factor principal a analizar. Las mujeres no son sólo asociadas a la materialidad y a lo natural sino que son declaradas exlusivamente responsables por el cuidado y sostenimiento de la vida humana, de la corporalidad humana y estas tareas las realizan tanto «en el trabajo pagado como en el no pagado»[18]. Las actividades de las mujeres así como el medio ambiente son concebidas como simples "externalidades", como vemos ésta es una modulación más de la vieja conexión, axiológicamente denigratoria, entre mujer y naturaleza.
A partir de este replanteamiento, la tarea que bosquejamos para el compromiso ecofeminista es de gran alcance y consiste en:
1) Poner sobre la mesa las necesidades humanas ligadas a las tareas reproductivas – cuidado, crianza, etc. – lo que tendrá como consecuencia replantear radicalmente nuestra comprensión antropológica ahondando en las notas ligadas a la corporalidad, sexuación, dependencia,vulnerabilidad, carencia, finitud, etc.
2) Ligar las citadas necesidades con un cambio de las estructuras y funciones sociales relativas a la sostenibilidad de la vida humana en consonancia con el objetivo de la sostenibilidad ecológica global y local. Esto es, aceptar los límites ecológicos como encuadramiento de las nuevas propuestas de organización social de la producción y la reproducción que ni perpetúen la subordinación y explotación de las mujeres ni consuman y expolien nuestro hábitat.
El logro de la sostenibilidad global no se puede plantear sin incluir la perspectiva de género y sin atender a las voces de las mujeres, como gestoras del cuidado y de la supervivencia. Al mismo tiempo la socialización de las tareas necesarias para la sostenibilidad de la vida humana debe ser acometida. El desmentido del corte entre humanidad y naturaleza es aquí un punto clave. Necesitamos una nueva antropología que acepte el hecho de nuestra finitud, de nuestro ser carencial, de nuestro ser necesitado. Es urgente aceptar el pensamiento de los límites para poner coto a la espiral de avaricia y devastación, en "costes" humanos y ambientales, que es el capitalismo global, y debemos sentir, también, la necesidad de proveer las necesidades de los otros, a veces cercanos, a veces lejanos. Poner en el primer punto del orden del día la sostenibilidad humana, social y ecológica es la tarea pendiente. Hacerlo sin tener en cuenta las voces de las mujeres y su exigencia de justicia será, simplemente, perpetuar la injusticia y la desigualdad que corroen la posibilidad de autocomprendernos como humanidad liberada.